Criptomonedas: ¿sueño o pesadilla cyberpunk?

Criptomonedas, blockchain, economía, euro digital

Vivimos en una época en la que el dinero, símbolo universal de poder, está dejando de ser físico. Hoy, con un toque en el móvil, un reloj inteligente o incluso un implante subcutáneo, puedes pagar un billete de tren o un simple café. La evolución del dinero ha dejado atrás monedas y billetes arrugados y ha abrazado lo intangible.

Primero fueron las tarjetas, luego los smartphones, ahora ya hay chips RFID y tecnologías de pago biométrico  que parecen sacadas de una novela cyberpunk. Puede que ni siquiera veamos cuál será el siguiente paso, pero estoy seguro de que lo usaremos. La pregunta es: ¿Estamos avanzando hacia una mayor libertad financiera o un mayor control?

Del manifiesto cypherpunk al Bitcoin

El término cypherpunk, que tanto alimenta a los mundos cyberpunk, en realidad no nació en la ciencia ficción, sino en foros de criptografía de los años 90. Figuras como Timothy C. May (exingeniero de Intel y autor de «Crypto Anarchist Manifesto»), Eric Hughes (matemático y autor de «Cypherpunk Manifesto») o Hal Finney (pionero en la criptografía y primera persona en recibir una transacción de Bitcoin) creían que la privacidad y el control individual eran derechos fundamentales, y que la tecnología podía garantizarlo frente a gobiernos o corporaciones invasivas. De ahí nacieron ideas clave como el dinero digital descentralizado.

«Los cypherpunks escribimos código. Sabemos que alguien tiene que escribir software para defender la privacidad, y debido a que no podemos confiar en que lo haga nadie más, nosotros lo hacemos» escribía Hughes en el manifiesto.

En 2008, en plena crisis financiera global, un tal Satoshi Nakamoto (cuya identidad aún es un misterio) lanzó el whitepaper de Bitcoin. No era casualidad. El sistema financiero tradicional había mostrado sus grietas, y Bitcoin aparecía como un acto de rebeldía técnica y filosófica al más puro estilo cyberpunk.

«Una versión puramente peer-to-peer del dinero electrónico permitirá enviar pagos en línea directamente de una parte a otra sin pasar por una institución financiera», decía Satoshi Nakamoto. Y así comenzaba la historia de las criptomonedas: una promesa de libertad radical sin bancos, sin gobiernos y sin otros intermediarios.

Criptos, criptos everywhere

En poco más de una década, el ecosistema cripto creció a lo grande. Apareció Ethereum y sus contratos inteligentes con una visión más allá del dinero hasta posicionarse como la segunda criptomoneda más importante del mercado.  

Por otra parte, había proyectos como Monero o Zcash que estaban orientados al anonimato total y las criptomonedas pasaron de ser un experimento a una nueva economía digital paralela.

Pero el auge de las criptos no se debió solo a su utilidad tecnológica, sino también a la especulación financiera. Pequeños inversionistas de todo el mundo vieron la rentabilidad a pesar de la volatilidad y apostaron fuerte, especialmente entre 2017 y 2021. Convirtieron a las criptomonedas en vehículos de inversión y también en burbujas a punto de estallar.

Y en paralelo a todo esto había un problema. Su potencial para esquivar impuestos y mover dinero ilícito que atrajo la atención de los gobiernos.

Sin embargo, más allá del hype, millones de personas en países con alta inflación o restricciones bancarias, como Venezuela o Nigeria, encontraron en las criptomonedas una forma de sobrevivir al colapso económico. El Salvador fue el primero en adoptar oficialmente Bitcoin como moneda curso legal y China, por ejemplo, las prohibió, pero sin embargo creo su moneda digital estatal, el e-yuan.

¿El fin del dinero efectivo?

En este contexto, los gobiernos avanzan hacia las CBDCs (Central Bank Digital Currencies), como el e-yuan, el euro digital o el dólar digital, diseñados para reemplazar o complementar el efectivo.

Y aunque personalmente no me gustan las teorías conspiranoicas porque sí, empiezan a surgir preguntas que inquietan. Supuestamente el dinero digital permitiría a los bancos intervenir en cada transacción, cobrando comisiones invisibles o alterando su valor real con respecto al poder adquisitivo. Algo que el efectivo no permite.

Ya lo hacen hoy. Muchas transacciones digitales ya implican comisiones en el sistema bancario tradicional y una CBDC podría permitir una microgestión del dinero sin precedentes: programar su uso, limitar su gasto en ciertos productos o comercios, o restringir ciertos tipos de transferencia a personas o entidades, privacidad y vulnerabilidad de tu dinero o tu historial… y alguna de las más preocupantes, hacer «caducar» el dinero para estimular el consumo.

No hay evidencia de que los bancos planeen usar ninguna de estas capacidades, pero es una posibilidad de la que ya no escapamos, y la cuento sintiéndome ya un NPC de un videojuego de economía controlado por otros. Siento que estamos vendiendo la utopía de la comodidad y la libertad financiera a un alto precio. El de un control digno de distopía cyberpunk.