Smart cities: Ciudades inteligentes

Smart city, ciudad inteligente

Las smart cities, urbes diseñadas para ser más seguras, eficientes y sostenibles mediante sensores, inteligencia artificial y análisis de datos, suenan como una promesa del futuro, pero ya existen y puede que vivas en una o es probable que acabes viviendo en una. Ahora las ciudades no solo crecen, también aprenden, se adaptan, recopilan datos y predicen comportamientos. ¿Y si la ciudad que te cuida también te vigila?

Avance urbano distópico

Para bien o para mal, ya no es ciencia ficción del futuro. Las encontramos en lugares como Dubai, Barcelona, Shenzhen o Singapur. Están llenas de sensores que monitorizan el tráfico, la calidad del aire, el uso energético, la recogida de basura o los flujos de personas en tiempo real. Utilizan IA para analizar patrones y tomar decisiones de forma automatizada.

  • Dubai está avanzando con taxis autónomos de Pony.ai, que se lanzarán en 2026, y aerotaxis operados por Joby Aviation y Volocopter.  Además, el robot ARIIS inspecciona el metro con IA reduciendo un 75 % las horas de trabajo humano. Su app Dubai Now centraliza más de 130 servicios gubernamentales con soporte de IA, mientras que la policía usa reconocimiento facial y análisis predictivo. Lee más.
  • Barcelona premiada en 2022 en el World Smart City Expo Korea como una de las mejores smart city extranjera, optimiza rutas de recogida de residuos, controla el alumbrado público y ajusta semáforos y aparcamientos según el tráfico.
  • Shenzhen y Singapur, por su parte, crean gemelos digitales para logística, gestión energética o simulación del comportamiento urbano ante accidentes o picos de polución.

En general la idea es buena, todos queremos hacer nuestras vidas más cómodas, sostenibles y seguras. pero entre el dato que optimiza y el dato que controla hay una delgada línea roja. Esto es porque toda esa infraestructura también sirve, y ya se está utilizando, para vigilar: algoritmos que interpretan lo que haces, cómo te mueves, con quién estás y qué aspecto tienes.

La ciudad te ve. Y no parpadea.

En lugares como China, el sistema de vigilancia urbana ha alcanzado niveles que hace solo una década parecían imposibles. Cámaras de alta definición con reconocimiento facial, inteligencia artificial que detecta «comportamientos anómalos» (personas solas en callejones, equipaje abandonado o reuniones fuera de lo habitual) y redes que cruzan tus movimientos con tus datos personales en segundos. Es un sistema diseñado no solo para registrar lo que pasa, sino para anticiparse a lo que podría pasar.

El problema no es solo el control, sino quién tiene ese control. Muchas de estas infraestructuras son desarrolladas y gestionadas por corporaciones tecnológicas privadas, que mantienen acuerdos poco transparentes con gobiernos o fuerzas de seguridad. Tus desplazamientos, tu rostro, tus comportamientos y rutinas quedan almacenadas, analizadas, perfiladas. Y tú no lo sabes.

A esto se le llama vigilancia algorítmica, y suena muy cyberpunk, pero no es cosa del futuro. Ya se usa en centros comerciales, estaciones, aeropuertos o incluso en barrios enteros. En Londres, por ejemplo, se han desplegado sistemas de detección facial «en pruebas» durante eventos masivos. En EE. UU ya tienen algoritmos que predicen en qué barrios es más probable que ocurra un crimen. Adivina en qué zonas «casualmente» se concentran las patrullas. A lo Minority Report, pero sin «precogs».

Algunas grandes corporaciones con bastante control:

  • Amazon Web Services (EE.UU.), que provee infraestructura en la nube e IoT a ciudades globalmente y todo tipo de servicios cloud. ¿Quién no la conoce?
  • Huawei (China), ofrece soluciones de smart city con 5G, IA y Big Data. Y no solo en China, en Barcelona, por ejemplo.
  • Palantir (EE.UU.), conocida por Gotham, y por su opacidad y su afinidad política, es usada en el ejército de EE.UU. y en inteligencia y policía predictiva.

Estas empresas operan a nivel mundial, ofreciendo herramientas que recogen y analizan tus datos siempre en pro de la seguridad y la eficiencia. O casi siempre. Para lo que sus clientes paguen, por ejemplo.

El anonimato ha muerto, y nadie lo enterró

La ciudad, históricamente, era ese lugar donde podías desaparecer entre la multitud. Ser uno más. Ser anónimo. Hoy eso ya no existe. El reconocimiento facial en tiempo real, la geolocalización constante y la recopilación de metadatos han convertido lo urbano en una red de rastreo. No necesitas hacer nada «malo» para ser observado. Basta con existir.

No es solo vigilancia estatal. También hablamos de plataformas tecnológicas que registran tus trayectos en patinete, tu consumo energético o incluso cuánto tardas en sacar la basura. Todo se traduce en datos. Todo se puede monetizar. O usar en tu contra. «Yo no tengo nada que esconder», me dirían muchos…

¿Te imaginas un seguro de salud que ajusta tu prima en función de cuanto caminas o cuántas veces sales de casa o vas al gimnasio o al centro de salud? Pues eso ya se está investigando.

¿O te imaginas que tu acceso al transporte público u otros sistemas subvencionados dependan de tu perfil social? ¿Reciclas? ¿Eres «buen vecino comunitario»?

¿Tienes buena «reputación social urbana» para acceder a ese crédito o préstamo? ¿A ese alquiler o compra? ¿A esa zona de la ciudad?

Hay algo profundamente cyberpunk en esto cuando la seguridad y la eficiencia esconden una estructura de control. Sobre todo, privada. Y no puedes apagar la cámara porque la cámara es la ciudad.

¿Podemos resistir al Gran Hermano?

Y es que en este punto es inevitable no recordar a George Orwell y su 1984, donde el Gran Hermano lo vigila todo. Las promesas y las buenas intenciones podrían acabar en un peligroso estado totalitario.

Ante este panorama, hay quienes han empezado a resistirse desde ya. Movimientos urbanos que luchan contra el despliegue masivo de cámaras, activistas que promueven el biojamming o el uso de prendas y maquillaje que confunden a los sistemas de reconocimiento facial.

Algunos ejemplos:

  • Privacy International, ONG fundada en los 90 y dedicada a la defensa del derecho y la privacidad.
  • Stop Smart Cities se define como un movimiento de oposición a una vigilancia omnipresente en ciudades inteligentes

En lugares como Toronto o San Francisco, se han bloqueado proyectos de smart cities por falta de garantías éticas y de privacidad.

Si hace poco hablábamos de soberanía digital, cabe recordar que también está en juego el concepto de soberanía digital urbana: que sean los ciudadanos, y no las corporaciones ni los algoritmos, quienes decidan qué datos se recogen, cómo se usan y con qué propósito. Porque sí, podemos querer ciudades más limpias, más seguras y más eficientes, pero también tenemos derecho a no ser tratados como simples fuentes de datos sin nuestro consentimiento. Y tú lo sabes igual que yo, acabarán colándonoslo en alguna letra pequeña que aceptaremos automáticamente y sin leer, como siempre.